Dicen que uno de los momentos más importantes de nuestra vida es cuando nos unimos a alguien y creamos un vínculo. Otro cuando nace un hijo y nace un vínculo irrompible para toda la vida. Aunque el padre o la madre se separen de su hijo, siempre serán sus padres. También se habla de otro momento transformador, cuando se quiebra un vínculo y fallece nuestra madre o nuestro padre. Y es que solo tenemos unos para toda una vida. Los representantes de nuestros ancestros desde que se inició la vida… Y es que después de la pérdida de nuestros padres nada volverá a ser igual. Y es que lo máximo que pueden quitarnos es la vida. Y yo me pregunto ¿fue nuestra alguna vez? ¿O es algo prestado y estamos al servicio de algo mayor? ¿Este cuerpo es mío? ¿Son mías estas experiencias? ¿Son mías estas quejas? ¿Son míos estos miedos? ¿Es mía esta ropa? ¿Es mía esta alegría? ¿Es mía esta calma? ¿Algo me pertenece y a quién pertenezco yo? ¿Acaso existo? Cuando topas con la muerte de frente terminan las preguntas y empieza la entrega. Es una rendición interna de máxima presencia, cuando llega el dolor y te das cuenta de que no sabes más, de que no llegarás a saber más… De que quizás, no sabes ni quién eres.
Terminan las palabras y comienza la vida de verdad.
Te das cuenta de que nunca tuviste nada y de que nunca tendrás nada. Y habiendo llegado a este lugar solo sientes que ojalá la energía usada y almacenada en este cuerpo (“tu tonta vida”) sirva para crear, en pro de algo que sume a este planeta. Y cuando ya no sea necesaria que sea devuelta a allí de donde partió un día. A la fuente del nacimiento de la vida. Al origen. Al centro. Al hogar. Y allí sea renovada.
P.S: Dedicado a una amiga que ha perdido a su madre y a su padre recientemente. ¡Ánimos!
Todos los pensamientos en el siguiente enlace: PENSAMIENTOS DEL SER.
Fotografía: B. Depares Martínez