El cliente sabe. Yo parto de la idea de que la persona que viene a verme a la consulta es un adulto que sabe sobre sí mismo. Somos dos adultos. Y frente al cliente me muestro humilde, escucho y estoy abierta a lo que me comunica. La persona merece mi respeto y me siento curiosa frente a ella. No juzgo al cliente, ni doy diagnósticos precipitados. No aplico reglas, ni tablas. Cada ser humano es único. El cliente tiene el poder sobre su vida, sobre sus decisiones. Y no ejerzo de “sabelotodo” ¿Y quién mejor que el cliente para saber lo que necesita? Y por ello escucho si me demanda algo. Y si me exige demasiado, también sé parar. Tengo cara de ángel y lengua de diablo. Y empezamos una charla, un encuentro, un trabajo. Él, yo… y alguien más. Con las herramientas con las que trabajo hay un tercer elemento. Hay quien lo llama vida, hay quién lo llama universo, energía, destino, inconsciente, conciencia, etc. Y de esta manera, podemos acercarnos a una visión más completa de nosotros mismos cuando tenemos en cuenta este tercer elemento. Y volviendo al principio, quién más sabe sobre el cliente es el mismo cliente. El cliente tiene un alma que reconoce la verdad. Y nuestras almas vibran juntas. Y como iguales, ambos responsables de lo que sucede allí, avanzamos hacia otro lugar. Porque sólo se puede avanzar juntos. Con confianza, fe y presencia acompaño, doy consejo y guío. Y esta soy yo. Y esto es lo que puedo ofrecer. Sanación, evolución, crecimiento desde la conciencia, desde la madurez.
Con amor,
Beatriz
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